Había publicado algunos trabajos de indudable calidad
artística que, no obstante, produjeron escasos resultados económicos, lustro
tras lustro, década tras década.
Y una tarde, cruzó por su cabeza una idea que podríamos
llamar desesperada y desde luego temeraria y, en algún aspecto, costosa de
realizar. La fue madurando, porque su ritmo de vida la concedía tiempo
considerable para la fantasía, la ensoñación.
Cuando la noticia, imprevista y brutal, estalló en las
primeras páginas de los periódicos, las gentes que lo conocían, el sector de
público que desde tiempo atrás había seguido con atención su carrera,
quedaron impactados, con una mezcla de
pavor, incredulidad y desconcierto.
“Stridentius
Maximiliano, artista multidisciplinar, autor de notorias obras de exquisita y
no discutida calidad, es declarado culpable del asesinato de un sacerdote
zamorano, a quien disparó a bocajarro los cartuchos de una escopeta de caza.”
La condena de cárcel fue fulminante. Al compás de su
ingreso en prisión, su fama se desbordó con la fuerza y con la brillante
velocidad de un cometa y la más importante editorial internacional estableció
con él un contrato exclusivo por una cantidad que sumaba a los 20 millones de
dólares de la firma, un sustancioso porcentaje de la venta de ejemplares
(libros, discos, fotografías) que de inmediato batió todos los “récords” de las
últimas temporadas.
En la cárcel escribió una novela autobiográfica que fue
tan exitosa en el papel como en las taquillas, cuando se lanzó la versión
cinematográfica (dirigida por Tarantino), de forma simultánea en 55 países.
Altas instancias se interesaron por su suerte y después
de cinco años en prisión obtuvo la libertad condicional.
Conferencias y nuevas publicaciones no cesan de engrosar
sus finanzas y es, a día de hoy, uno de los diez artistas más prestigiosos y
ricos de Occidente.
Su mansión, en la isla privada que posee en las Antillas,
es idéntica a la que Di Caprio exhibió en su papel reciente de Gatsby.
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