Nos tememos, comprobamos que hay gente fría, insensible,
chocantemente pragmática, decidida a abolir, como rabiosos iconoclastas, las
referencias que sostuvieron y animaron al hombre.
(Los memos y las memas se quejarán si no añadimos “y a la
mujer”. Ésta es gente desocupada que siempre andará reformándolo todo y a peor.
No hay que agobiarse: es cuestión de tiempo que se le pase el sarampión, por
cansino que ahora resulte.)
Mientras cuelgo a secar la ropa en el tendedero, escucho
el motor de la vespa amarilla o así en la que mi cartero de zona viene a
repartir el correo. Nos saludamos; me entrega las cartas (no importa que sean
anodinas, papeles de los bancos, propaganda electoral).
Parece que milenios de esfuerzo han construido paso a
paso la idea de que el género humano (“la génera humana”) tiende a y quizá necesita de la comunicación.
Los lazos, los carriles que arduamente y con encomiable
insistencia se tendieron merecen otro respeto que el que demuestran unos cafres
que, al parecer, han concluido en Canadá que el correo clásico no es ya
rentable en esta prepotente era de la cosa digital/virtual y que, por ende
(fino giro que acaso desconocen), hay que eliminarlo.
En épocas pasadas, desde mi solio, habría pronunciado su
anatema, decretado su excomunión. Ahora bastará con unos gramos de “olímpico
desdén”, esta vez con base.
Porque creo que mola el cartero en su vespa amarilla o
así.
En leyéndote desde Seúl, me has hecho recordar a mi adorada vespa negra que tuve que cambiar,cuando dijo basta, por un moderno scooter y a la vespa dorada (y también adorada) de un buen amigo que aún la conserva en un rincón del garaje
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