Los variados comunismos de toda la vida, y sus más
contemporáneos herederos, apenas camuflados con etiquetas algo menos añejas y
montaraces, siempre empiezan por predicar la libertad, la justicia social, el
gobierno del pueblo, la verbena asamblearia y esas cosas estupendas.
Luego van llevándolo todo a la exageración y la tergiversación
mientras les conviene para destruir el orden, el sistema, las estructuras (los
que sean) vigentes; y cuando (ni pie con bola ni títere con cabeza) la dosis de
caos y anarquía ya mola, se hacen con “el timón de la nave”, porque la gente
está que se sube por las paredes mucho más de lo lógico.
Curioso que, tras tanto renegar del Estado y de la “policía
represora”, terminen por fundar los suyos (o adaptar los anteriores), que
resultan considerablemente más duros e implacables, inquisitoriales, absolutamente
dedicados a no consentir la disidencia, que no ya la oposición. (¿Sirven de
ejemplo nuestras checas fratricidas, Cuba, la URSS?)
Demasiadas personas intoxicadas por las parafernalias del
catecismo rojeras, maquillado con cínica mentira de progresismo, se niegan a
mirar lo burdo de un plan que busca la sustitución de una casta por otra.
Por otra a menudo más llena de avidez y resentimiento
todavía.
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