sábado, 8 de marzo de 2014

Palacio de las Dueñas



No habría en todo Iguazú empujones del agua tumultuosa que sobrepasaran a tu irresistible, milenaria, acumulada colección de títulos nobiliarios, prebendas, ejecutorias, sellos de sobresaliente e ilustre nobleza, timbres de aristocracia, heráldica no ya en piedra sino en ónix o en lo más espectacular que se te ocurra proponerme; tus leyendas, tus juergas atrevidas, tu rompedora idiosincrasia porque, todo hay que decirlo, te la podías permitir, consumiendo sucesivos y selectos consortes, elásticos en la comprensión de tus genialidades, desplantes, acaso escarceos… Tus mansiones, tus fincas, tu… Duquesa, duquesísima: no te faltó de nada.
Aun así, la arrasadora e inesquivable erosión del tiempo ha ido cambiando los rasgos de tu rostro casi hasta el cubismo, o al bárbaro ingenuismo de los pueblos primitivos, concediéndote la ausente expresión, la distancia casi pétrea, de un dios sangriento y maya, de una cosa que evoluciona de manera inabarcable y abismal, de un acontecimiento natural y terrible como los maremotos, los volcanes que ocasionalmente sacuden el mundo, como los aerolitos, tía.
Y tras todo eso, también blanco de los francotiradores del cotilleo, ahora te ves de algún modo enrasada (en la opinión rastacueril, en la banalidad consumista, en la ignorante e insolente falta de todo respeto) con Aguasanta, o Aguassantas, esto no lo tengo muy claro, emergente estrella del ciclón mediático, nariz como de Cleopatra y montones de “problemas existenciales”.
Es la vorágine de nuestros días, Duquesa, el sumidero en el cual los quizá cuernos de tu niña al torerito y viceversa son apenas un lejano y muy disuelto azucarillo, una mínima opereta.
Un día de éstos, me daré una vuelta por Ixbilia y atisbaré durante un instante, desde fuera, como buen “pariartista”, un sesgo, un escorzo esquivo de los frondosos, fragantes jardines de tu Palacio de las Dueñas.

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