A 6 o 7, dijimos. Y hoy debería ser 6. (“Buenosnías”, qué
supermercado tan bonito.)
Podemos divagar, soñar, fantasear.
Dar (como dicen los oradores más conspicuos y originales,
fecundos e impredecibles) “rienda suelta a la imaginación”.
Y eso valdrá aproximadamente con tal de que no digamos
nunca, o apenas, una mentira tan grande como una sequoia, un baobab o,
cambiando de tercio, la pavorosa criatura que en los mares del Norte temen y
desean a un tiempo los más rudos, avezados e intrépidos navegantes: el calamar
gigante, el monstruo de las profundidades que se conoce con el nombre de
kraken.
Que la mentira, hoy en día, sea corruptora moneda de
cambio, caliente paño de la desvergüenza o asombrosa pirotecnia espectacular de
los estafadores y los cínicos, debería llevarnos cuando sea, cuando se pueda, y
ojalá que cuanto antes, a una catarsis bienhechora, a un borrón y cuenta nueva
que curase con definitivo cauterio nuestros cerebros de esa y otras venenosas
carcomas.
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