En proporción directa a la infinita epidemia de
funcionarios y gentecillas ordenancistas y escalafonarias que padecemos, crece
sin contención posible la flora sideral de las normativas.
Me da que no estoy solo en el rechazo que produce toda
esa hojarasca, a menudo infame.
La última que llega a mis menguados oídos me la refieren
en mi bodega de cabecera: se hará obligatorio el uso del llamado tetrabrik para
envasar y expender los vinos a granel.
Los gloriosos vinos de Chiclana de la Frontera. Toda la
vida a repostar o cambiar las garrafas de uso casi personalizado, familiar y
ahora pretenden someternos a la infumable caja de cartón, quizá higiénica
aunque feísima, dentro de cuya aburrida opacidad infranqueable ni siquiera es
posible apreciar el maravilloso color, el destello que ya nos iba enamorando.
Uds. ya lo han experimentado: servir un líquido desde una
caja insípida de ésas a un vaso, copa, jarra, taza o lo que sea, produce un
irritante fenómeno de impulsivos borbotones que de manera atropellada y poco
controlable termina salpicando la superficie que haya alrededor. Una murga,
vamos.
Declaro ahora que, si surge el más mínimo movimiento de
rebeldía reivindicativa contra tal ofensa maquinada por los diseñadores de las
ordenanzas, cuenten con mi apoyo en la protesta, la resistencia, la heroica
lucha que hará empalidecer aquella gesta en la que Esparta frenara en las
Termópilas al tiránico invasor oriental.
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