Después de más o menos un siglo en el que el pensamiento
único de la izquierda, sin visibles méritos, se ha ido imponiendo, resurgen
ahora los movimientos de la ultraderecha.
Así que los del puño cerrado y en alto y las banderas
rojas, con su cinismo consustancial y sus innumerables mentiras (que sí, que
sí, que los otros también), presumiendo de resultados excelentes tipo la URSS y
Cuba (por no extendernos con los ejemplos) empiezan a cabrearse porque el
chollo hegemónico se tambalea, hay manifestaciones y pancartas que no son las
suyas y claro que, un buen día, habrá extraordinario choque de trenes.
La ultraderecha crece, despertando los apoyos de la
legión de ciudadanos, en distintos países, que ya están hartos del buenismo,
del lavado de cerebro y de los programas que los “progres” nos han ido echando
encima como una lamentable y ruinosa infección con ese asunto falaz del
relativismo que lo ha puesto todo patas arriba.
Esto de los bandos extremos nada bueno presagia, hay
cantidad de antecedentes; pero que uno de esos bandos continuase en un
semisilencio acomplejado por tiempo indefinido, ya era más de lo que cabía
esperar.
Historia (“lo
sabemos, delante del ancho mar”) rima con noria.
Vean si no lo de Raphael y su tamborilero.
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