Halloween, para los ilustrados. O sea, las caras
pintarrajeadas, los disfraces y máscaras tétricos y las iluminadas calabacitas
de los cojones.
Exceptuando casos aislados, y penosos, creo que podríamos
convenir sin violencia en que los niños no nacen tontos: no vienen tontos “de
serie”.
De modo que estaría bien no empujarlos con apresuramiento
a las mamarrachadas, a las frivolidades y a las inconsistencias, y menos si son
de importación, que ya tendrán oportunidades sobradas de echarse a perder ellos
solos con el tiempo.
La memez de las calabazas tiene un chocantísimo tufo a
tontería ajena, copiada aquí tarde y probablemente mal.
Raro que la legión de los antiyanquis (que son los mismos
que más se pirran por las hamburguesas de Burguer King y similares, los
pantalones vaqueros y el cine “made in USA”) no hayan pensado, y llevado a
cabo, una ocurrente manifestación de rechazo con la que dejar arrasada la
Castellana y las Ramblas y en la que, de paso, podrían ondear con entusiasmo
las banderas que tan llamativamente faltaron el pasado domingo en la Plaza de
Colón.
Y para el puente, 4.400.000 desplazamientos, la DGT
dixit, Renfe y la huelga siempre oportuna, qué monada, y qué pudorosos en la
“tele”, con ese prurito de pixelar el cigarrillo culpable de los fumadores.
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