El tiempo pasa.
Este 3 de noviembre, nos han dicho los científicos que
había eclipse. A mí me pareció una birria de eclipse esa luz tontorrona que
teníamos durante el mediodía; una birria de eclipse como podría ser una birria
de cortinas.
Los científicos son esa fascinante cofradía que nos
deslumbra, por ejemplo, afirmando que tal o cual cosa ocurrió, digamos, hace
200.000 millones de años.
Yo con obligada modestia suelo añadir una gota de
prudencia y matizo, desde mi silente (Mario, atento) soledad, que sí, que año
arriba o año abajo, se entiende.
En todo caso, los eclipses ya no son lo que eran,
mismamente en el pasado siglo. Que un eclipse tenía una enjundia y una hondura
que los de ahora, ni de refilón.
Brillan variadas señales de un ir a menos: del XX al XXI,
“futuro incerto”, como dice
Bocherone. Y eso se nota incluso porque cada vez más personas hablan solas,
increpan a las imágenes que asoman por la “tele”, etc.
Lady Taladro me lo ha comentado, y lo achaca a cosas de
la edad, con el añadido de que sus más logrados y elocuentes soliloquios tienen
lugar en el ámbito móvil del “Auditorio”.
Y en la Gran Casa, cruzando generosos pasillos, de un
salón amplio a otro amplio salón, retumban, más o menos, las indignadas
palabrotas (que también puede decirse tacos o picardías) que profiere cuando la
jornada, infausta, comienza con la avería de una persiana.
¡Ay, Señor!
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