Si aquí, en España contamos 45, o 46, o 47 millones de
ciudadanos/habitantes o así (la cifra se mueve: gente muere, gente se larga a
buscarse la vida por ahí, gente regresa a sus predios de origen porque para
ellos esta tierra dejó de ser el chollo esquilmable, ordeñable, exprimible que
los atrajo), forzosamente eso incluye un porcentaje, cientos, miles de personas
decentes, inteligentes, laboriosas e ilusionadas.
¿Qué tendrá la política de infecto, de disuasorio, de
esterilizante, de maniobrero y corrupto, de saboteador de cualesquiera buenas y
limpias intenciones, como para que casi nadie, de entre ese porcentaje, se
atreva o se anime a participar?
Y en manos de los que vemos, esta panda de tíos (y tías,
sí, sí, no os escondáis ahora y daos gusto, tías también), ¿tendrá que seguir
para siempre el destino de nuestras vidas, de nuestra Nación?
Los callados, los cansados, los decepcionados, los
acomodados y los comodones, los “prudentes” en exceso, ¿seguiréis sin clamar,
ya mismo como sea, por el cumplimiento de los compromisos, las obligaciones,
las promesas?; ¿sin exigir, que va a tener que ser a las bravas, las inaplazables
soluciones?
(--¿Qué
tienes, la sobremesa rebelde?
--No,
estaba soñando con un maremoto de lejía. Con un tornado de insecticida.)
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