A menudo aparecen en televisión, y otros medios, con su
cansino planto, con su enconada y baratísima sarta de sofismas. Son los
españoles renegados. España, que se ha vuelto, o la han vuelto, en exceso y
perjudicialmente moderada, les consiente los exabruptos, los desplantes
miserables.
Son los políticos fulleros que pactaron en la transición
un compromiso que les concedía ventajas que, 35 años después, han venido
aprovechando para hacer trampas, cometer deslealtades innumerables. Como su
condición esencial es el cinismo, quieren sembrar un caos controlado a su
antojo: desobedecer las leyes y que no se les someta, pero dispuestos a
reprimir con barbarie cualquier disidencia, cualquier oposición que pudiera
surgirles en lo que llaman con falsedad “su” ámbito de decisión.
Una desfachatez más bien sin límites. Cuiden los
ciudadanos que los apoyan, porque son sus cómplices y no tendrán excusa. Y
atienda y reaccione la pasiva mayoría silenciosa, antes de que la lleven al
matadero.
Porque esos políticos felones tienen tan sólo la delegación del poder y la autoridad que la generosa y se
ve que un tanto desprevenida España les concedió. Y la utilizan en su contra; y
nadie debería obedecer los mandatos que, con arbitrariedad y falta de ejemplo,
dicta un desobediente con la ley. Debimos presentir que, según con quién, sólo
procede emplear esa mano dura de la que tanto nos quejábamos, unos y otros.
Pobrecita España, entregada a gobiernos de cobardes, o de
tahúres; entregada a gente que ni la defiende ni la respeta.
Dado ya por imposible el amparo de la ley, sugiero que Benedicto (el de antes) suplique a su jefe la enajenación del trozo de cielo que les cubre. No se lo merecen
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