jueves, 31 de octubre de 2013

Una explicación del daltonismo



El daltonismo es una singular característica de la visión mediante la cual, con finura que nos distancia de la adocenada y muy rutinaria mayoría, vemos los colores secundarios o acompañantes con mejor relieve y más predominio que los que tienen aquellos, a los colores me refiero, que tan simplonamente, por su fácil evidencia, cualquiera percibe. Así somos los daltonianos (el María Moliner lo ha preferido a daltónicos, más corrientemente aceptado por las ignaras multitudes), aristócratas cromáticos, se diría que poseedores de un privilegio que nos vincula quizá a visitantes de otros planetas, infiltrados en el nuestro para su estudio y ática contemplación, y de los que seríamos extraordinarios y sensibles descendientes.
Cuando con insolencia y burdo análisis se discute nuestra especial manera de disponer de la nomenclatura y nuestro hilar fino, siempre he subrayado la evanescente, mezclada condición de los colores, lo subjetivo de la apreciación que todos hacemos de ellos, y la vacua prepotencia que suponen los convencionalismos pactados y pastados por los grandes rebaños socioculturales.
En cualquier puesta de sol, las gradaciones darían para discutir bizantinamente cuánto de oro, anaranjado, rosa, malva tiene cada borde de nube, cada paletazo de Dios, ríanse del Museo del Prado, sobre el “cielo azul que todos vemos y que no es cielo ni es azul, lástima grande”, etc.; el instante inconcebible de la equidistancia en el tránsito de limón verde a limón amarillo, que dos personas no señalarían de forma idéntica, etc. son próximos y suficientes argumentos sobre lo que digo.

Pasa que la envidia, que nos pone tan verdes, está muy extendida, masa descomedida e inerte, arenas infinitas del unánime desierto, ejército de filamentos anónimos y hechos en serie, como electrodos de cátodo frío, que el Señor se apiade de vuestras almas.

miércoles, 30 de octubre de 2013

A Circunflexus Triunfator, Procónsul para Hispania



Que los hados guíen tu mano en la firmeza y el temple de las decisiones.
Que la vanidad del aplauso, con que la plebe vitorea al ínclito tribuno, no enturbie la sagaz claridad de tu recto juicio.
Que las intrigas de los poderosos no confundan con sus tentaciones la pureza de tu incorruptibilidad.
Que la traición y las deserciones no malogren y vuelvan sardónica tu laureada y célebre sonrisa.
Que tu sabiduría permanezca intacta en la lucidez y se vea acrecentada por larga y fértil experiencia.
Y, en fin, que te sea fiel y propicia tu hermosa, admirable potranca madura de mucho hueso.
Magerit MMIV Rodericus Béticus.

(Inscripción sobre piedra-mármol, hallada en recientes excavaciones en la Villa y Corte. Actualmente ha sido trasladada para su examen por el Gabinete de Ciencias Arqueológicas a la Basílica del Pilar de Zaragoza.)

martes, 29 de octubre de 2013

Norah



Los más sutiles, recónditos alientos de la música dirigían sus dedos, sobre aquel piano sabio, hacia las notas mejores, hacia cálidos, dulces sonidos de no esperada seda.
En el centro de su voz anidaba o flotaba una queda sensación de ángel.
Tornasol de agua, riqueza íntima, leve, salada, ácida. La artista fue la maga que no le haría daño cuando – azorado ante sus ojos, inclinado ante su arte – besó con devoción sus manos prodigiosas.

lunes, 28 de octubre de 2013

¿Sorpresón?



Cuando el santo Obama fue elegido, la muchedumbre de los “moernos” echó sus campanas al vuelo. Supongo que porque parecía bastante “blandiblú” y eso es lo que dicen que está de moda.
Ahora, tiempo de vestiduras rasgadas, se monta un escándalo mundial con lo del espionaje, que resulta que el santo Obama (después de su representación a lo Pat Garret con lo de Ben Laden), al lado de su talante light, es más, precisamente favoreciéndose de sus medias tintas (y no es un juego de palabras), pactismos, buenismos (aquí ya conocemos tales mañas), junto con todo eso puede ser, es, un marrajo “de mucho cuidao”.
Y, ¿qué esperabais?
Lo que de verdad es una pena para el planeta no son cuatro ballenas de más o de menos, ni la construcción de hoteles en la costa de donde sea, sino el altísimo porcentaje de los imbéciles y de los que, por lo visto, jamás escarmientan.  

domingo, 27 de octubre de 2013

Preguntas desoladas



Si aquí, en España contamos 45, o 46, o 47 millones de ciudadanos/habitantes o así (la cifra se mueve: gente muere, gente se larga a buscarse la vida por ahí, gente regresa a sus predios de origen porque para ellos esta tierra dejó de ser el chollo esquilmable, ordeñable, exprimible que los atrajo), forzosamente eso incluye un porcentaje, cientos, miles de personas decentes, inteligentes, laboriosas e ilusionadas.
¿Qué tendrá la política de infecto, de disuasorio, de esterilizante, de maniobrero y corrupto, de saboteador de cualesquiera buenas y limpias intenciones, como para que casi nadie, de entre ese porcentaje, se atreva o se anime a participar?
Y en manos de los que vemos, esta panda de tíos (y tías, sí, sí, no os escondáis ahora y daos gusto, tías también), ¿tendrá que seguir para siempre el destino de nuestras vidas, de nuestra Nación?
Los callados, los cansados, los decepcionados, los acomodados y los comodones, los “prudentes” en exceso, ¿seguiréis sin clamar, ya mismo como sea, por el cumplimiento de los compromisos, las obligaciones, las promesas?; ¿sin exigir, que va a tener que ser a las bravas, las inaplazables soluciones?
(--¿Qué tienes, la sobremesa rebelde?
--No, estaba soñando con un maremoto de lejía. Con un tornado de insecticida.)