recomiendan tu abdicación, Majestad, y no confiesan que
como paso intermedio para luego (con un heredero tuyo que va a tener menos
experiencia, menos respaldo y simpatía populares y acaso menores cualidades en
general que tú) proseguir hasta desmontar la monarquía, supongo que para
sustituirla por una república verbenera y fracasadora como ya tuvimos. Para
ello están aprovechando algún supuesto error, o así llamado, de tu conducta, alguna
debilidad siempre humana, varias sospechas difundidas de modo interesado y
tendencioso y tu paso frecuente por los quirófanos.
El número de los ingratos y de los maniobreros en España
tiene demasiadas cifras. En relación a lo tuyo, Majestad, yo no me cuento entre
ellos.
Y eso que los borrones, sintiéndolo mucho, han ido
asomando. Y que la edad te está pasando factura poco misericordiosa, no hay más
que ver la ristra de operaciones que llevas en la panoplia, y eso que te
envalentonas y al pie del cañón, con los embajadores hasta el último momento,
con lo que se encarte, estirando la gallardía y la broma del “taller” al punto
de que (siempre impropios, imprecisos, imprudentes) digan los bobos de las
noticias que afrontas las “molestias” de la cadera, cuando deben ser dolores
rabiosos y nada menos que 75 años. Así que, Sire, ojalá que podamos recobrar algo
de lo perdido, que será señal de que el balandro (aquél en el que te hacía el
maestro Umbral cuando lo llamaste para felicitarlo por el premio) navega de
nuevo con cadencia garbosa y favorable empuje del viento.
No puedo más que estar de acuerdo. Si un defecto, sobre todos los demás, tenemos los españoles es el de ser desagradecidos. Olvidamos pronto, muy pronto, los favores y servicios y los transformamos en obligaciones de aquellos que nos los hicieron o prestaron
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