Por las mismas fechas en las que (algo
ha llovido ya) Lorenzo Milá dijo en la tele aquello del “vendaval de viento” en
Santander, recuerdo que tuvimos que soportar la insolente chulería de unos
cuantos millonarios alardeando de cagarse en las leyes de tráfico, organizando
una peligrosa e incontrolada carrera de superautomóviles, pagando con gestos de
capo y en metálico las multas, para ellos insignificantes, que modosamente les
imponían los agentes de policía de turno, con rutinaria resignación. Y toda esa
verbena sigue reproduciéndose con cierta periodicidad, glosada, amplificada con
obscenidad por las televisiones, impregnadas de un impresentable tufo de
rastrera admiración hacia esos falsos héroes con (presunta) alma de
delincuentes.
La temeridad y la desfachatez de esta
gentuza está poniendo en serio peligro a los usuarios de las carreteras y acaso
sirvan de perverso ejemplo, de estímulo a otros salvajes. Su práctica cuasi
impunidad nos deja la envenenada sensación de que su prepotencia es
directamente proporcional a la impotencia de las autoridades, por otra parte
tan crecidas y rigurosas, tan admonitorias y fisgoneadoras, tan aficionadas a
retirarnos los puntos del carnet, por muy menores motivos, a los débiles peces
chicos del estanque.
Una jodida vergüenza.
Dicen y muy recientemente dices en V "nunca es tarde si es que la dicha es buena". Cierto es que el desencadenante final lo hemos pensado muchos, así como las razones por las que aún no se ha producido. Supongo que hay un factor de aborregamiento que las personas, incluso los de abajo, vamos adquiriendo con el devenir de la vida
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