domingo, 1 de septiembre de 2013

La prepotencia y la impotencia

Por las mismas fechas en las que (algo ha llovido ya) Lorenzo Milá dijo en la tele aquello del “vendaval de viento” en Santander, recuerdo que tuvimos que soportar la insolente chulería de unos cuantos millonarios alardeando de cagarse en las leyes de tráfico, organizando una peligrosa e incontrolada carrera de superautomóviles, pagando con gestos de capo y en metálico las multas, para ellos insignificantes, que modosamente les imponían los agentes de policía de turno, con rutinaria resignación. Y toda esa verbena sigue reproduciéndose con cierta periodicidad, glosada, amplificada con obscenidad por las televisiones, impregnadas de un impresentable tufo de rastrera admiración hacia esos falsos héroes con (presunta) alma de delincuentes.
La temeridad y la desfachatez de esta gentuza está poniendo en serio peligro a los usuarios de las carreteras y acaso sirvan de perverso ejemplo, de estímulo a otros salvajes. Su práctica cuasi impunidad nos deja la envenenada sensación de que su prepotencia es directamente proporcional a la impotencia de las autoridades, por otra parte tan crecidas y rigurosas, tan admonitorias y fisgoneadoras, tan aficionadas a retirarnos los puntos del carnet, por muy menores motivos, a los débiles peces chicos del estanque.
Una jodida vergüenza.

1 comentario:

  1. Dicen y muy recientemente dices en V "nunca es tarde si es que la dicha es buena". Cierto es que el desencadenante final lo hemos pensado muchos, así como las razones por las que aún no se ha producido. Supongo que hay un factor de aborregamiento que las personas, incluso los de abajo, vamos adquiriendo con el devenir de la vida

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