Sostienen algunos desnortados (les debe ir algo en ello) que nuestros políticos están mal pagados, comparándolos con los de Francia, Alemania, etc. Y seguro que también nuestros fontaneros, agricultores, maestros, empleadas de la peluquería, músicos, tronco, y todo cristo. Así que estupendo empate por ahora y, Dios mediante, puede que algún día crezcamos y más bien todos al compás.
Lo cierto es que están muy bien pagados 1º, teniendo en cuenta su rendimiento y logros, que tiran a canijos; y 2º, porque al sueldo oficial saben añadir el suculento redondeo de otros chollos “colaterales” cuya enumeración y desglose nos demolerían el ánimo.
Y a propósito, dicen, y como no se desmiente será verdad, que el alcalde de Barcelona (cargo que emana de las estructuras administrativas que rigen en España) es el que más pastizara se lleva. Extraña, pues, que hombre que goza de la suerte de que le paguemos así de bien los sufridísimos y muy mermados contribuyentes no evite la arrogancia y el borderío despectivo, modales que desdoran su crianza, que alguna debieron darle, porque eran otros tiempos.
Cervantes escribió (con las hermosísimas palabras de la lengua española cuya siembra ejerció con deslumbrante magisterio) que Barcelona, cito de memoria, era “archivo de la cortesía”. Trías la desacredita, ya lo oyeron poco ha.
Yo, como soy hombre de natural bondadoso y dulce, no afirmo que este alcalde sea un “mala follá”, giro típico de Granada; sólo que, por lo menos, lo anda disimulando.
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