Durante años viví sintiéndome no tanto invulnerable como
semiprotegido por una suerte de inmortalidad. Aunque sabía que la cosa no
pasaba de las ganas que concede a cualquiera una carga extraordinaria de
energía.
Luego, el tiempo ha ido imponiéndome paso a paso la
férrea realidad de la decadencia, la visión, y la asunción, de una batalla que
de antemano sabemos perdida.
En eso estoy: como todos a cierta edad. Pero me acuerdo
de Sagunto, me acuerdo de El Álamo y, a pesar del final inevitable, hay días
que me levanto dispuesto, decidido a que a la muerte, esa vencedora mierdosa,
“que le den por culo”.
Querido amigo, cuando sientas que la desazón se apodera de ti, piensa que lo que nos rodea es la efímera cualidad de todos los lazos humanos, nos vamos dejando atrás a nosotros mismos, envejecer es tan sencillo como inevitable, no somos nada, acaso una ocasión, un leve pretexto. Pero esto no es motivo para que nos roben el sabor del presente.
ResponderEliminarPara la memoria, no hay nada mejor que el don preclaro de evocar los sueños (MM), y desde luego, aunque sé que desde posicionamientos numantinos o el de todos a una, no lograríamos evitar la sombra de la guadaña, si podríamos gritar como en la canción "No le temo a la muerte, más le temo a la vida, como cuesta morirse cuando el alma anda herida".
Para esta batalla que sabemos perdida, no hay nada mejor que el buen ron- si es añejo de Caldas mejor-y una buena margarita, y desde luego que te asalte en la calle, en la cama si es durmiendo, será de cobardes.
Yuli