Quien más,
quien menos, todos nos hemos encontrado, o lo haremos, enfrentados en los
arduos laberintos de la burocracia institucional con los demoníacos, kafkianos
tentáculos del funcionariado y su peculiar y difuso-discontinua manera de
interpretar la proliferada y enredadora normativa: normativa que tampoco suele
brillar por su estabilidad o congruencia.
Con cierta
pomposa altivez, con suficiencia algo distante, y en tiempos que ya van siendo no
tan recientes, instalados en locales y dependencias considerablemente
confortables, afirman poseer una eficacia que se ve potenciada por las
tecnologías al uso. Con ese asunto crece el poderío aunque el alcance del tal
sufra contradicciones y deplorables límites con los que nadie parecía haber contado.
Así que, por
ejemplo, sucede un escollo en la obtención de un certificado de nacimiento u otros documentos y zarandajas que
incluso se califican de literales (próximos ya al RANDOM), porque la
actualización de datos se frena y menoscaba en determinado año de arranque.
Vamos que si Ud. es un clásico veterano, acaso tendrán que rastrear sus
orígenes y singulares coordenadas en ancestrales libros, quizá pergaminos en los
que se perfilan la erosión del Tiempo, las telarañas, los trágicos mordisquillos
de los subrepticios ratones depredadores… Casi sugiero iniciar la investigación
en los escritos del Arcipreste de Hita, o en las Cantigas.
En infinitos
anaqueles, en vertiginosas y vetustas estanterías, se acumulan instancias,
expedientes, papeles de urgencia variable, sedimentándose con una argamasilla de
negligencias, de la “escasez” o “falta de medios” periódicamente reclamados,
esgrimidos como causa, con una retórica apenas versionera del “vuelva Ud. mañana” que decía Larra. ¿Y nos preocupa Trump, pende
la atención de los españoles de su corte de pelo, de los vaivenes de sus
decretos, a impulsos del trazo radical de su grueso rotulador?
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