Del
Hipocampo, en la mera y absorta observación:
Como parece
evidente que tiende al infinito el número de personas afectadas por la tontería
global, para subrayar ese fenómeno y como una muestra más, entre miles, se ha
elegido con frívolo y general acuerdo el término “influencer” para designar a la tropa de “espabilaos” que nos explican
cómo vivir. (Sobre todo porque un “influidor” o un sencillo influyente sonaría catetísimo y de barata rusticidad ibérica, ¿verdad, borreguitos?)
Estos nuevos
brujos de la tribu son gentecilla atrevida que, con más suerte que discutibles
mérito y talento, van descubriendo grietas en el sentir desorientado y las
ansias y frustraciones y aspiraciones que, con fundamento o sin él, caracterizan
al personal, seguramente con naturaleza histórica pero que, en esta tensa
época, se han visto multiplicadas por la inundación creciente de los
telefonitos y el resto de la quincallería de moda.
Repentinamente
poderosos, soberbios en sus reductos de privilegio, sin considerar siquiera
-que eso sería mucho pedirles- las torres más altas (también efímeras,
transitorias) que hayan caído, los “influencers”
nos contemplan ¿como Napoleón a las pirámides?
Los más “listillos”
se van escapando, tierra por medio, de ese obligatorio expolio fiscal al que
nuestros políticos canallescos nos recomiendan someternos, en base a teóricas
conveniencias sociales y a compromisos que a menudo los mismos políticos
incumplen y falsean, cocinados en una salsa de hipocresía + desfachatez.
Y a los “influencers”, por este sálvese quien
pueda, no disimulemos, ¿les vamos a tirar la primera piedra?
-¿Salomónico estás?
-¡Que va!
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