Cuando hay poco
donde elegir, no queda otra que exponerse, llevado de la afición obstinada:
sobreponer el ánimo y acometer, con riesgo probable, algún ejemplo de la oferta
menesterosa y, martes tras martes, meterse en la camisa de once varas que viene
siendo el cine de este, y no sólo, 2024, Anno Domini.
Y por ese
camino, el espectador se va encontrando con “pelis” que, aparte de su
profesional factura, lo dejan en un desconsolado desconcierto. Porque ¿qué
guiones son, qué argumentos son estos de ahora, recargados de presuntuosos
símbolos, de insinuaciones siniestritas, de sangrientas (y decíamos de Quentin,
vaya) fantasías porque sí, artificiales sobresaltos y aun ésos, en el vacío?
Dos muestras
de ese afán por lo tortuoso parecen ser “Parpadea
dos veces” y “El cuervo”, a cuyas
respectivas proyecciones sólo mi aventurera temeridad me ha animado a asistir,
y de las cuales se sale con cara de qué hago aquí o cara de qué está pasando.
La condición impenitente y duramente puesta a prueba de los espectadores va
desconfiando de este que fue séptimo arte y que va y viene desbarrancándose por
cuentos no tan chinos como presuntamente residuales o acaso teñidos en exceso
de los “nuevos modos” que derivan del caos sembrado por videojuegos, teléfonos
móviles, la IA y demás coreografías, discutibles de nobleza, ajenas a la
directa sencillez de, sin ir más lejos -ni menos- el buen hacer de un Eastwood/Malpaso
cualquiera.
-¿Y qué me dices de Avalos, Oscar Puente y los
otros angelitos?
-De cine, tú.
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