Ahora que al
papa argentino que tenemos los católicos le han difundido comentarios sobre el
mariconeo, no hay que cortarse mayormente ni Cela lo hizo jamás.
Conque la “tele”,
consciente del factor añadido del morbillo, concede de vez en cuando, como lo
hizo anoche, un reportaje intensísimo sobre Freddy Mercury y su papel como
protagonista adobado en “gay” del
grupo Queen, cuya sobrevaloración no puede ser más evidente.
La banda,
desde su cometido como autores, no pasó apenas de media docena de canciones
bien conseguidas. Y eso quedaba claro en la actuación del Wembley, 1986, aforo
brutal, “fans” muy entregados,
respondiendo con forofo entusiasmo a las provocaciones/incitaciones del
cantante para que le coreasen e imitasen, en un “happening” gastadísimo, frasecitas elementales improvisadas. Escuelita
dócil, gregario rebaño encandilado, el público reaccionaba sin desmayo y con
arrebato al “catecismo” en oferta.
Pero el
espectáculo (en contraste con la sobriedad profesional de los tres adláteres, casi
meros acompañantes) lo daban las reiteradas y afantasmadas posturitas del
disfrazado Mercury, acomodador de circo, trunco soporte del micrófono en
permanente y ordinario manoseo, pose de héroe fatuo (luego dicen de Raphael)
que, abierto en zancas con “chandal”,
alzaba incansable el brazo arengatorio, remedo imposible y ridículo de la
estatua esa que hay llegando a Nueva York.
Sobrevaloración,
he escrito arriba. Y no digo yo que Aitana o la misma Taylor, claro, pero no
hay que alzarse tan lejos como a The Beatles para definir lo que son la inspiración
y el arte indiscutible e interminable que puede tener un verdadero repertorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario