Las
“listillas” de nuevo -aunque ya ni tanto- cuño, que se creen cortadoras del
bacalao e inventoras luminosas del feminismo, aupadas con disimulo o sin él a
sus silloncitos y puestos de relevancia pasajera por sus “chorvos nada patriarcalistas”…
…
te quieren incorporar de urgencia como estandarte o banderín de enganche
histórico (coreando como de costumbre sus cutres lemas, sus consignas sectarias
y el vocabulario machacón y coyuntural) a ti, que antes de estos años de
pedorreo progre ya te estabas abriendo paso a contracorriente, con tus solas
armas de mujer que sí conocía en carne propia las dificultades del origen y del
ascenso guerreado, luchador. Con tus muslos “que
valían un imperio”, al citar descaradote y quizá falseador de algún
reportero mediocre como casi todos.
Lo
discutible de tu “arte” quedaba, para decir verdad, muy difuminado y por debajo
de tu inocultable carga sensual, de tu atrevimiento en tiempos que todavía no
llegaban del todo a la presente riada de piel en oferta y exhibición que nos ha
inundado luego; ahora, ni te cuento.
A
Hermida, y a los que se terciaran, relataste tu recorrido con una franqueza y
un rigor sin velos que nos puso a admirarte la valentía y las verdades.
Con
la boba memoria elemental de lo reciente, los más noveleros, los de menos
cerebro tienden a recordar sólo y sobre todo tu etapa de las plumas de pavo
real, con repertorio medio cañero/urbano, incursión aventurera que no te salió
mal. Lo anterior, tus escamas de sirena rústica, de odalisca de “tablao”, lo
que te alumbró, no lo han conocido; o, son así, ya lo borraron.
Ahora
hay muchas tontas, María, demasiadas. Seguro que algo te alivia esta mudanza,
este dejar un cotarro que nos va volviendo insensibles a unos, y a los demás,
más imbéciles de lo que ya son.
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