El
poeta que canta lo que escribe, el cometa que continúa pasando con la
independencia y la displicencia de quien ilumina las décadas sin tomarse
demasiado en serio y sin tenernos demasiado en cuenta (que es lo que debe ser),
el didáctico y, a su modo, ejemplar Bob Dylan ha exigido a los espectadores de
sus recitales que prescindan del teléfono móvil durante el “show”.
Para
que estén a lo que hay que estar; para que, siquiera de forma transitoria, se
sacudan la tiranía hipotecadora y la tontería del uso -del mal uso y el abuso-
del cacharrito de marras. Para que tomen conciencia de su condición de sólo
público que, poco reflexivo, poco crítico, anda sucumbiendo a la manipulación
de los mercaderes de la tecnología, embaucado por un discutible “progreso” de
frenesí dizque moderno que, de rondón, lo entontece con un inmerecido, fatuo y
ridículo protagonismo (la masa se lo cree, con vanidad ayuna de inteligencia) y
con embotamientos vulgares.
Dylan,
lo ha expresado, advertido siempre, no se deja etiquetar ni de profeta ni de
maestro, ni de banderín o pancarta de nada. Y a los papanatas que siguen
pretendiendo que lo sea, no hace otra cosa que enseñarles educación, respeto y
sensibilidad atenta para la música y la letra. Y sin estar él por la labor ni
pasar factura.
Con
un par. Y a sus años, tú.
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