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recurrentes de desaguisados “estéticos” ocurridos, o cometidos, en según qué
clínicas.
Y
claro que a cualquier persona le viene la idea de mejorar (o lo que lo parece)
el aspecto físico, que el mental ya es harina de costal diferente. A veces por
necesidad o por conveniencia; también porque la vanidad existe y porque lo que
ahora conocemos como la “imagen” se ha ido volviendo más y más determinante.
La
juventud o su apariencia se cotizan. Y de ahí el fenómeno de las numerosas
personas que resuelven pasar por el quirófano (lagarto, lagarto) en pos de
reparaciones y/o enmiendas.
No
es turco todo lo que reluce. Así que un presupuesto u otro no dejan de tener
posible influencia en los resultados.
Sobran
antecedentes históricos, literarios, Dorian Gray y lo que se tercie. Y en todo
caso, y antes que se vuelva querencia obsesiva, moda, droga sucedánea, no
estaría mal algo de prudencia.
Que
no te pase como a alguna figurona célebre que, de tanto recoserse y remendarse,
ya parece la momia que grita; o la otra que nos va recordando, por orden
cronológico, a FATS (“Magic” 1978),
al JOKER (“Batman” 1989) o a BILLY (“Silencio desde el mal 2007”), por citar
ejemplillos del cine. ¿Que no?
No solo las dos que dices.... Estamos perdiendo el norte con la imagen del carallo
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