sábado, 28 de enero de 2023

¿Una cabeza nueva para los títeres?

 

Antonio, amable comunicante que tiene la deferencia de leerme estos renglones con asiduidad ejemplar, me hace llegar mentas (como decían los remotos gauchos de Borges, destinados a encontrarse y pelear -vistear- un día) de un artilugio, vamos a llamarlo así, que parece ser uno de los “últimos gritos” de la moda de la inteligencia artificial.

Que es un enunciado inquietante pero de existencia innegable, por mucho que se le quiera (o sin quererlo) añadir visos de conspiración.

Hasta donde puedo percatarme, que me limita mi sesgo “retro”, parece haber un tal AI, entidad tecnológica o así, que se encarga, previa petición, de hacer realidad cualquier antojo, artístico de preferencia, que la cortedad natural impide a los paisanos. Como si dijéramos que facilita un alado corcel para que alcancen sus sueños, quizá informes, personas con más sobrepeso que disposición natural.

Lo cual que paladinamente es de admirar la deslumbrante capacidad e inventiva de quien o quienes han parido a AI: los paraísos y las pesadillas de LSD que iluminaron, o ensombrecieron, por ejemplo a nuestros “hippies”, con sólo un “click” en la teclita oportuna. Y ya está: el presente y el futuro despliegan la psicodelia de sus infinitas posibilidades.

Acaso algunas sean un arma de dos filos. Por sí o por no, siempre nos quedará París, refugio de esa cofradía de perdedores que -contra el maxi“progreso”- seguiremos prefiriendo un solomillo a la pimienta antes que una píldora concentrada como dieta para astronautas y cibermutantes.

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