“Pa”
qué.
Entre
la corrección política, relativamente contemporánea como forma del embuste, y
los eufemismos de toda la vida, se deslizan con anestesia cómoda nuestras
hipocresías y nuestras cobardías. Es un festival del “confort”.
Rebozados
en disimulo, blandos elusivos adictos al algodón, cualquier cosa menos ir
directamente al grano.
Así
que llevamos meses diciéndole “efectos
indeseados” a las flagrantes cagadas de una ley cuyos fallos siguen sin
corregir las burras y los burros (con perdón de los venerables animales así
llamados) que la redactaron, quienes a su vez no dejan de ser unos indeseables.
Mientras,
Perro, risa eufórica de pasota, okupa de su nube premeditada, hace como que
juega al ajedrez sobre una mesa con tapa resplandeciente de cristasol y en su
salón divino de la muerte, cuadros de arte abstracto, iluminación impecable, de
medida elegancia, todo diseño y -casi se palpa- una calefacción que derrota por
goleada a la ola de frío y desdeña con seguridad las recomendadas y “deseadas” restricciones.
(Mi
radiador de aceite apenas pasa de la teoría a la acción. No quiere
complicidades con el cambio climático, que tan “indeseado” sabemos.)
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