Ahora
que de vez en cuando (menos de lo que yo quisiera) te pasas por aquí y, sentados
al sol (porque lo hay) en el jardín te escucho hablar…
…
mezclando fluidamente palabras y palabrotas…
…
me viene un pensamiento evocador de tus primeros, primerísimos años, en los que
ibas capturando, incorporando en cautelosa maduración los pasos y peldaños del idioma.
De
forma gradual; que siempre nos queda corta la capacidad de observación para
apreciar, en todo lo que se debería, los progresos, el crecimiento milagroso de
la expresión, ese florecer que parece imperceptible casi, por lo cotidiano…
Se
te daba muy bien. No es por presumir (de qué, uno es sólo un padre) pero
llamabas la atención. Con ése y otros dones.
Al
irte, te pido un segundo besote. Con una risilla tuya, nuestro abrazo se alarga
unos segundos más.
Y
como de costumbre, te digo que tengas cuidado. No es un mantra, ni un tic, ni
una manía. Es que cuando… vamos, que lo que quiero es que nada malo y todo lo
bueno te pase.
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