sábado, 19 de noviembre de 2022

¿Sociedad de avestruces?

 

Más que la atropellada y sectaria urgencia con la que se están impulsando las reformas a la baja del código penal, debiera preocuparnos la tendencia que pretende, so capa de “buenismo”, imponer una moda, una actitud, que nos deja perversamente inermes a merced de unos delincuentes que medran al amparo de estúpidas y “comprensivas” indulgencias.

Las directrices que establecen los mandamases son, cada vez más, cualquier cosa menos lógicas y cualquier cosa menos regidas por lo que solía ser el sentido común. Que el “pensamiento único” haya ido desparramándose por gran parte del planeta sólo acentúa la inconveniencia de un fenómeno, de unos tiempos en los que se lleva al huerto a la gente de bien (hipócritas: abstenerse de demagogias, que hasta el más tirado tiene grabado en su conciencia lo que vale, lo que significa esa expresión), favoreciendo por contra a cuanto desalmado, criminal y “reinsertable” (¡?¡) infecta el mundo con sus comportamientos, o si se quiere ser tiquismiquis, sus desvíos.

 

Que en nuestros lares I. Montero (que sí, fingidos “despistaditos”, que indubitablemente por ella iba lo de Pumba) y sus palmeros la caguen con sus leyes defectuosas es, aunque lamentable, lo que cabe esperar de los bufones. Pero el público, ¿va a reaccionar?

Los delitos, ¿merecerán sanción que no descarte sin más el rigor, meramente aritmético de una ley del talión (ya que tanto se clama por la “proporcionalidad”) o la blandenguería estéril de una época tan confusa como caprichosa? Que se lo pregunten a las víctimas.

¿La pagará, verdadera y cabalmente, el que la haga?

¿O somos una impasable sociedad de huidizas avestruces?                                                                                                                   

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