No
podía faltar.
Las
bebidas (principalmente) que nos gusta tomar frías, ya están frías; porque en
general hay frigorífico en casa y similares de índole profesional en los
establecimientos expendedores del ramo: del ramo de la hostelería y la
restauración.
Para
paladares más personalistas, más ilusos e inocentones, cabe añadir cubitos de
hielo. Uno o dos, en los casos corrientes y cuatro por lo menos para los
frenéticos e hiperbólicos de tal opción.
Por
sobrantes que puedan parecer, desde este rincón ofrecemos un par de
consideraciones.
1ª)
El hielo tiene el inconveniente de que se deshace y echa a perder, rebajándolo,
el sabor de la bebida, y su pureza e intensidad. Para disminuir ese lamentable
efecto de falsificación y deterioro, no hay otra que beber de prisa.
2ª)
Con sentido práctico, los mercaderes notaron desde el principio que si el
recipiente -vaso, copa, etc.- se rellena previamente con hielo, el líquido a
servir “da el pego” con menos cantidad, truco que desde luego jamás ha escapado
a la observación sagaz de, sobre todo, los clientes del “cubata” y otros
elixires.
Y
que también hay esnobismo en la estética del vaso empañado (que hay quien, para
empuñarlo, rodea con delicada servilleta de papel) y en el sonido tintineante y
entrechocador y eso influye en la actitud de los más débiles mentales, como que
son inadvertidos e indefensos contra la manipulación; aunque es detalle que,
como valor añadido de seducción, resulta clamorosamente insuficiente.
Analizada,
siquiera sea de manera sesgada, esta realidad, lo del precio en ascenso y la
administración del cubito de hielo con carácter discrecional, alternativo o
caprichoso, queda al albur, a la decisión del usuario. Porque si por todo se
paga y las costumbres YA NO hacen leyes, ¿a qué tanto griterío de los presuntos
damnificados?
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