martes, 9 de agosto de 2022

La cuestión del hielo

 

No podía faltar.

Las bebidas (principalmente) que nos gusta tomar frías, ya están frías; porque en general hay frigorífico en casa y similares de índole profesional en los establecimientos expendedores del ramo: del ramo de la hostelería y la restauración.

Para paladares más personalistas, más ilusos e inocentones, cabe añadir cubitos de hielo. Uno o dos, en los casos corrientes y cuatro por lo menos para los frenéticos e hiperbólicos de tal opción.

Por sobrantes que puedan parecer, desde este rincón ofrecemos un par de consideraciones.

1ª) El hielo tiene el inconveniente de que se deshace y echa a perder, rebajándolo, el sabor de la bebida, y su pureza e intensidad. Para disminuir ese lamentable efecto de falsificación y deterioro, no hay otra que beber de prisa.

2ª) Con sentido práctico, los mercaderes notaron desde el principio que si el recipiente -vaso, copa, etc.- se rellena previamente con hielo, el líquido a servir “da el pego” con menos cantidad, truco que desde luego jamás ha escapado a la observación sagaz de, sobre todo, los clientes del “cubata” y otros elixires.

Y que también hay esnobismo en la estética del vaso empañado (que hay quien, para empuñarlo, rodea con delicada servilleta de papel) y en el sonido tintineante y entrechocador y eso influye en la actitud de los más débiles mentales, como que son inadvertidos e indefensos contra la manipulación; aunque es detalle que, como valor añadido de seducción, resulta clamorosamente insuficiente.

Analizada, siquiera sea de manera sesgada, esta realidad, lo del precio en ascenso y la administración del cubito de hielo con carácter discrecional, alternativo o caprichoso, queda al albur, a la decisión del usuario. Porque si por todo se paga y las costumbres YA NO hacen leyes, ¿a qué tanto griterío de los presuntos damnificados?                                                                     

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