Bornos,
Olvera, Campillos, Antequera;
y
después Archidona a la que Cela
citó
con donosura chocarrera.
Y
más allá, no lejos de Granada,
en
los predios de Loja, Riofrío.
Coincidiendo
sin premeditación con el quincuagésimo segundo aniversario de la fecha de
ingreso en la Marina de Guerra, imagínense, ayer, un ya mermado grupo de
veteranos supervivientes de aquella colosal y pintoresca aventura nos reunimos
para almorzar copiosamente mientras repasábamos anécdotas remotas y asumíamos
con calma y sin asombros nuestro aspecto de abueletes y la prominencia colectiva
de nuestro abdomen, que solía ser plano y hoy presenta nuevos kilos y volumen.
Riofrío:
el sitio es hermoso, rumorosa el agua, apacibles los árboles, pocos los
habitantes y contados los visitantes que ahora, fuera de la temporada más
vacacional, no llegamos por suerte a agobiarlo. Las gentes de allí han ido
desarrollando unas interesantes instalaciones para la cría de truchas y
esturiones derivados a ese caviar que parece que sólo saben hacer en otros
países. Ahí demuestran lo contrario.
Bucólico
y rústico, puente de piedra con tiempo y con historia, patos por el río. Un buen
lugar. Un bálsamo, nuestros paisajes andaluces.
Puede
ser que el ánimo de Ud. tienda a la melancolía; ya la cantaora lo dice con
sabios e ineludibles barruntos: “… triste
si pienso en lo bueno que tengo que no pue’ dura’…”
Pero
que el cuerpo aguante.
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