Claro
es que la estética ha cambiado mucho desde que Vino Tinto cantaba “Habla,
pueblo”.
Pero,
al margen de las uñas, parece bastante indiscutible el talento de “la” Rosalía.
Como
poco, hay que concederle el afán desmedido por la experimentación que anda
exhibiendo. De un tema al siguiente, las incursiones que su repertorio muestra
se balancean con extraordinario eclecticismo entre estilos de música diversos
y, si pudiera decirse así, casi contradictorios.
Y
aunque su frecuentación de elementos exóticos de la aparente vanguardia
industrial del espectáculo sea parte en sus incansables evoluciones y en sus
contagios, no dejan de ser determinantes su capacidad para incluir en cada
tentativa un cierto sello de la su casa, una evidente curiosidad y un empuje
que, ni a su nivel, es fácil encontrar.
Vistosísima
de “videoclips”, que es epidemia arrasadora y maxiescaparate inexcusable de
nuestros días, la temática puede incluir apuñalamiento alevoso (La Fama) o
desfile de motociclistas de diseño (Motomami/Saoko). Que la violentación del
fraseo y lo sincopado del estilo nos obliguen a indagar por el internete el
texto abstruso que enderezan, o retuercen, esas canciones, no es óbice para
admitirnos algo asombrados, que ya es decir a estas alturas.
Por
cierto: en ese mundo de acrobacias moteras, a los “caballitos” ejecutados por
chicas (¡Santiago y cierra España!), ¿debemos empezar a llamarlos “yegüitas”?
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