martes, 28 de diciembre de 2021

Zozobras

 

No deja de ser un síntoma que, cuando transitó la lectura de Nietzsche por primera vez, algunos de esos postulados drásticos y exigentes le interesaran, en lo que coincidencias diversas apuntalaban, confirmaban sus teóricas aspiraciones.

Lo que sí llegó a tener claro, al correr del tiempo: que no duró mucho la intentona de fingir, ante sí mismo incluso, una dureza de carácter que parecía avenirse con no sé qué designios, con no sé qué anhelo de sentirse invulnerable.

Cualquier psicólogo, argentino de preferencia, cómo no, le habría diagnosticado un temor casi patológico ante el sufrimiento.

 

Recordaba ahora la frase escéptica y teatrera de G. Duarte, proclamando/declamando “No me da pena de nadie”, que con evidencia era una broma arrogante e hiperbólica.

Porque demasiado sabe que, fuera de retóricas, cuando le llegan las noticias del quebranto en la salud de las personas que ama y dictan ternura a su corazón, o de graves vicisitudes que las importunan, es incapaz de mantener el tipo y, con un punto de bochorno en el “renuncio”, que ya tiene más que asumido, se le quiebran la voz y el ánimo y la cota de malla cae inservible y estrepitosamente al suelo.

Os aseguro que, contra lo que pudiera parecer, no son cosas de la edad.                                                                            

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