Cuando,
décadas (sí, décadas) atrás los primeros cientos de fiesteros comenzaron a
desparramar su celebración por calles y plazas, demostrando con la insolencia
de la mala educación que no veían problema en invadir, arbitrarios y egoístas,
las vías públicas…
quienes
tenían la obligación de contenerlos prefirieron la elástica y elusiva
tolerancia cómplice, no fuera a ser que les criticasen por “autoritarios”; que
ya no estaba de moda.
Como
ocurre con todas las enfermedades, el tiempo sólo ha empeorado la cosa. Y a
medida que esa fiebre se extendió y masificó, ya no ha sido suficiente con meter
ruido, emborracharse y regar de basura cualquier sector de las ciudades y dejarlas
hechas una pocilga, sino que se ve que tomando ejemplo de los vándalos y los
cafres que han ido brotando de la “anarquía antisistema”, del separatismo y
demás zarandajas, ahora se ataca a la policía, que intenta en vano (con los
medios disuasorios que deliberadamente le regatea la “autoridad” civil/política)
encarrilar el desastre.
No
parece probable la gigantesca cura de burro que la situación requiere. Una
situación imposible de encajar para unos vecinos/víctimas cuyos horarios y
entendimiento de la fiesta son muy otros y por ahora se aguantan con
desesperación la puta inoperancia delincuente de la “autoridad” civil/política,
esa que deja intacta a la horda pero reserva para Ud. toda la coacción
represora en el momento de sangrarle el bolsillo, vía impuestos.
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