atravesaron
nuestra vida.
Años
perdidos, los del desencuentro; años ganados, los buenos, los que
incesantemente fundaron y hacían crecer ese amor fuerte entre los dos, desde tu
primer día de vida.
Como
un atropellado vendaval, tantas cosas sucedieron. ¿Me faltó aguante? ¿Cómo
habríamos podido comprendernos cuando la manipulación y la cizaña nos pusieron a
prueba? Todavía creo que, a un precio altísimo, fui consecuente con las
reacciones que, en rigor, correspondían a mi integridad.
Luego,
a medida que el dolor pasaba sus facturas, todo aquello se fue tambaleando,
poniendo en entredicho su sentido. Por otra parte, admito que la memoria a
todos nos hace trampas. Y al lado sé (SÉ) cuál verdad única me impuso el
tiempo: lo mal que llevo siempre los abusos.
Ya
es inevitable aceptar los resultados. Ahora, que me digan blando, tonto como
todos, me da lo mismo.
Puede
que me perdiese años de verte crecer, de darte el beso de buenas noches
mientras te arropaba, de demasiadas cosas. Y aun así, hoy me vale, ahora que
andas por aquí, que me remitas al tío de Amazon, el de la furgoneta, para que
te deje conmigo, porque estás en tus cosas, tus pedidos por Internete.
O
que me acompañes a la Pfizer; o alguna tarde con Lolo, vengas a echarte un
cigarrito y una Fanta de limón en este jardín.
Siempre me dejas un pensamiento...
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