Si
las músicas fueron así, no queremos imaginarnos las letras.
Años
ya del mestizaje, la globalización y las otras monsergas nos han ido trayendo
al festival aires caucásicos, magiares, cosas como de cosacos o lo que sea,
líneas melódicas de “inspiración” pintoresca, de folclóricas fuentes exóticas.
En
cambio, quizá como reacción o como desorientada añoranza de lo que pudiera ser
cronológicamente un más o menos estilo fundacional del certamen, la canción
francesa de anoche sugería el sarcófago con temeridad destapado de la Piaff,
quien de esta forma es imposible que descanse en paz. Nos pareció innecesario.
Pero
como Uds. saben, hay que tener a mano ese dispositivo que conocemos como mando
a distancia y cuyo uso radical elimina el sonido (por ejemplo) y el oído
descansa mucho. Así que…
Permitiéndonos
apenas la escucha completa de la canción de Portugal, la de Bulgaria, tal vez
la de Noruega; iniciando con desconfianza (y huyendo en seguida) los mínimos
compases de las restantes, la sesión de tortura se redujo:
al
exceso, ya machacón, de los interminables trucos visuales tecnológicos; las
muestras de unas cuantas “barbies” con ropitas brillantes, plateadas o así, desmelenadas
furiosas de ese L’Orèal porque ellas lo
valen; unas empachosas coreografías de cristobitas frenéticos, muy pasados
de acrobacias…
Y
poco más. Lo que impresiona sobre todo es que el nutrido público asistente
parecía disfrutar, entusiasmado, jubiloso, con este concurso de canciones para
tontitos.
Desde
el sofá y la incomprensión, anoche acumulábamos un considerable cupo de
penitencia a cuenta del tiempo de Purgatorio que nos corresponderá tras el
Juicio Final.
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