que "el Gordo" padeció ayer, nos obligó a aplazar el encuentro proyectado entre Lady Taladro, el Comodoro y este atribulado automovilista que os escribe.
Los años veteranos que, para todas las criaturas de Dios, transcurren, a las piezas y componentes más prosaicos hacen mella también y al momento de ponernos en marcha, la batería de nuestra "fiera agazapada" dio muestras indiscutibles de negarse a cumplir con su cometido. En estos trances, siempre el sofocón de la inoportunidad y la frustración inherente al propósito hacen subir mi temperatura corporal y con seguridad mi ya acreditada y casi novelesca hipertensión.
La consternación instantánea y previa al protocolo de actuaciones no deja de manifestarse y al menos, por esta vez, Jesús Peugeot, consecuente con la emergencia como suele y raudo receptor del SOS, recibió al paciente, servicio de grúa por medio, y sustituyó de inmediato el finado artefacto, reanudando de este modo el arcano discurso de nuestra, por otra parte, apacible vida.
Un anuncio en la "tele" nos pregunta si "nos gusta conducir". Os dispensaré de ponderar la satisfacción satinada con la que "el Gordo" y yo regresamos a casa prudentes, complacidos, qué sabe la gente adocenada e irreflexiva de la íntima comunión que se da entre el hombre y sus vehículos a motor.
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