Como un lienzo magnífico, digno de quedar en las mejores antologías, Polanski (que se hace aparecer fugazmente entre los asistentes a una velada o recepción, ataviado con entorchados de diplomático), nos propone con esplendoroso magisterio "El oficial y el espía".
El film, en la línea inteligente que caracteriza a su director, recrea una injusticia sonada y ampliamente debatida (no sólo en su época histórica, caso cuyo escándalo sacudió al público) con arte, elegancia y una solemnidad que ya avisa desde la hermosa escena inaugural de la degradación de Dreyfus.
Cuidados al máximo los detalles, la evolución de aquel ejemplo perverso en el que un error, y alguna mala intención, se intentaron tapar con otros, se ofrece al espectador como una lección de ese cine de calidad del que no andamos sobrados; y como la enésima confirmación de lo que el talento significa para nuestra satisfacción.
Que se debe denunciar el silencio cómplice y los indignantes abusos del poder que nos vapulea. Hay "tajo" de sobra.
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