Cierta eclosión inesperada en la cartelera.
Así que, consciente del envite, acudo a "Zombieland, mata y remata", que es un vistoso disparate, con algo de aventura sangrienta y de historieta para jóvenes, cuyo título no nos confundió en modo alguno. Claro que la garantía previa estaba en el reparto, porque Woody y la Dawson son gente que nunca debemos perder de vista y que suelen dar en sus correspondientes clavos.
Los demás también se portan y la proliferación de guiños "retros" y de añoranzas vuelve a subrayar la sensación de que demasiadas cosas (incluso triviales) andamos echando de menos.
Curiosamente los destrozos que configuran el fantástico post-planeta y la no menos desaforada post-humanidad superviviente tienen una estética (¿y algo más?) no tan opuesta a las desgraciadas imágenes que de manera incesante la "tele" nos enseña estos días, en los que literalmente arde Barcelona, a merced del vandalismo brutal de unas muchedumbres (que no, que no son unos cuantos) que nada tienen de cívicas y sí bastante de extorsionadoras.
De eso, nos distrae a lo mínimo esta "peli", heredera menor de otros desvaríos, en la escuela de Tarantino.
De muy diferentes viñedos procede el "Retrato de una mujer en llamas" que, en un tiempo de riguroso adagio, nos presenta con elegancia una hermosa relación de amor, o enamoramiento, entre dos mujeres (pintora y modelo respectivamente) en la que con calma y por grados se llega a delicadas intensidades eróticas y a los alternativos matices de papeles, fuerza y debilidad, pasajeros ajustes entre la sumisión y el dominio, etc. Cabe intercalar que de esta pluma ya se tocaron ambos temas en canciones veteranas.
Desconcierta (aunque la dirección del film no esté obligada al realismo), del primer plano en una escena de bocetos, la luz consistente, homogénea, estable, de imposible cualidad con las velas recién encendidas a propósito; y ya puestos, la introducción de forma bastante inexplicable y acaso gratuita de un simbolista aquelarre de señoras chillando como arpías de un coro en inoportuna tragedia, la sordidez innecesaria de la escena del aborto, el sorprendente y premonitorio casi holograma espectral de la figura en túnica blanquísima...
Cuando las circunstancias separan a las amantes, queda un indisoluble lazo que señala la página 28 del libro (en el retrato de la después casada con hija) y en la arrebatadora emoción del largo plano durante el concierto final.
Valeria, cede el paso, aunque conserva, ay, el rictus doliente de sus cejas, su mirada de agua.
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