Ni los propios actores, ni Lelouch que vuelve a dirigirlos, seguramente pensaron que retomarían, tantas décadas después, el hilo de aquella historia que destacó entonces como muestra de amores frustrados.
Envuelta en una música cuya sofisticada facilidad, algo empalagosa, estalló en éxito de rutinarias multitudes, la "peli" precursora señaló una época en la que todavía el cine no había llegado a nuestras cotas contemporáneas de escarmiento, y resultó un ejemplo de melancolías memorables, romanticismo francés residual y elegantes acabados.
Tales ingredientes (el deliberado rastro de ellos) permanecen ahora con logros notables que, intercalando escenas de archivo, dan curso a un desarrollo verosímil en el que Anouk está más de inmediato reconocible que Jean-Louis, ambos extraordinarios de solvencia y oficio, la inclusión de la Bellucci, bastante sin venir a cuento, los guiños eficaces a los cambios numerosísimos que han modificado nuestras vidas, la añoranza del Alpine y el Dos Caballos (de la mítica evocación de la velocidad con la que asoma el miedo en la secuencia del amanecer por las calles de París), la misteriosa magia con la que el sueño y la realidad pueden entrefundirse a ráfagas de la memoria y el arte mayor de las palabras emocionantes que quedan insertas en los poemas recobrados.
El gesto que atusa, como antes, la melena de ella, la expresión de ausencia intermitente de él, de verdad que no son detalles menores, mientras se sale de la sala de proyección con, de nuevo, los rumores afilados del Tiempo que suenan para todos nosotros y un espejismo de imposible esperanza.
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