La zozobra lo hizo despertar en mitad de la noche. Y de modo repentino tomó la decisión.
Porque eran insuficientes las guardias que, a su servicio, lo prestaban al sol de los días, y a la luz de la luna y las antorchas nocturnas, a todo lo largo de las almenas; porque ni siquiera los vigilantes y acezantes perros de presa, adiestrados por sus expertos domadores, parecían proporcionar por completo un carácter inexpugnable al Castillo, mientras la inquietud no hallaba reposo y la preocupación iba aumentando hasta rozar la paranoia.
Mandó, así pues, que a su presencia llevasen al mensajero mayor, quien en su veterana trayectoria había adquirido merecida fama de infalible y de cuya velocidad las lenguas relataban prodigios casi mágicos. Con las instrucciones, le entregó un pliego sellado y lacrado, conminándolo a realizar el encargo sin dilación alguna.
Con el caballo más rápido, resistente y fuerte, el emisario cruza los campos silenciosos, galopa incansable hasta la seo de la Federación de Arqueros de Navarra, que en estos últimos años ha llegado a revestir por añadidura la condición (por bula pontificia otorgada) de orden religiosa. Y entrega la encomienda:
Los 21 mejores hombres de esa disciplina se trasladarán de inmediato para asegurar definitivamente, con su arte de puntería virtuosa, la salvaguarda de la Princesa Oriental que el Señor del Castillo ha rendido por amor, al tiempo que pone su corazón a los pies de ella y, literalmente, con pasión ilimitada los besa.
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