y absorto entre los brazos de tu amante,
alcanzo a calibrar tu indecisión,
flotando como está tu corazón,
embrujado en la cruz de tu cantante.
¿Quién, en tu caso, iba a tenerlo fácil?
¿Quién conservar podría
el demorado coqueteo grácil,
la delicada y singular porfía
de ser bisagra y llave decisiva
e influyente palanca de gobierno,
ante tan tentadora alternativa
a las puertas del cielo y del infierno?
Mas puede que quizá te pille el toro
y habrás de decidir con quién mojarte:
el traidorzuelo y resbaloso Pedro,
atento sólo a su personal medro,
o el otro, contundente y radical,
de apellido Abascal.
Atónito contemplo aquí, en la playa,
la deriva de tus vicisitudes,
el laberinto múltiple que ahora
pone a prueba las más de tus virtudes:
Te ha sonado la hora
y has de dar la batalla.
¿Y cómo has de salir de ese tinglado
si te imagino, Albert, enajenado?
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