le faltaron los aplausos que los miserables, los torvos, los amiguitos con la boca chica de los pistoleros, se negaron a tributar porque los cientos de muertos y todo lo que se derivó (y se deriva: Alsasua, Rentería, son de ahora) debe parecerles cosa de poca o ninguna importancia, algo que no merece consideración.
La banda señalaba a sus presas con dianas pintadas. El aplauso negado es la diana con la que el karma, el día que sea, ajustará las cuentas a esta gente que se cuece en el odio y en las variadas crueldades de su mezquina cicatería tan, acaso, salpicaditas de sangre.
Y cuando los mierdosos de condición sacan a pasear la retórica del camuflaje -- discrepancia, libertad de expresión -- como amparo de la bajeza, habrá que preguntarse si es una sociedad enferma la que incluye tanto cordero silencioso.
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