Lo que hay es más cantidad de gente cada día para poner en cuestión el catecismo hegemónico de izquierdas. Para sacudirse los complejos que se fueron aposentando con la aplastante propaganda de un comunismo que sólo en ciertas latitudes adaptó su radicalidad y sus ensañadas persecuciones al talante taimado y a la piel de cordero con los que se apropia ansiosamente de "lo progresista". En eso han sido aplicados: en la manipulación de las palabras y las ideas, barriendo siempre para dentro.
Por ahí mismo, todo lo que no sea lo de ellos es imperdonable y ultrafacha. Pero la cosa no cuela "ni mijita".
Y la peli ("Infiltrado en el KKKlan") tiene algo que ver. En un tono de arenas movedizas, entre el humor y los conflictos más graves, y antes de que asomen en las escenas finales un simplista alegato contra Trump (última mona de pascua) y otras fáciles y conocidas parodias, lo que canta es una reacción de cansancio ante una marea demasiado predominante e impuesta a empujones insistentes, y que a la larga conduce a un hondo rechazo.
El pulso de las ideologías sigue, equiparada la barbarie de unos y otros energúmenos. Y como todos los pensamientos únicos (del color que sean) empachan y terminan cargando, el personal, más que estafado, proclama tarde o temprano que no es moro todo lo que reluce. Y que, desde luego, está feo llamarle progresismo a los cuentos chinos.
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