Hondamente familiarizados con las incoherencias desvergonzadas y la dolosa manipulación que de manera permanente ejercen nuestros gestores públicos sobre la mansedumbre imbécil de los ciudadanos, en los tiempos venideros asistiremos, con estupefacto sosiego, al "donde dije digo, digo Diego" correspondiente al decretado e impopular cambio de hora que durante décadas nos vendieron como útil y que resulta que no lo quería casi nadie y encima no ha servido para casi nada.
Estos mismos apuntes ya han expresado más de una vez su antipatía y su desconfianza ante esa norma rocambolesca, sospechando su inoperancia fundamental y señalando la inocultable evidencia de que la luz natural, como quiera que nos pongamos, sólo tiene sus horas disponibles en función de las estaciones del año y no del desplazamiento artificial, caprichoso y administrativo de los barandas que nos toman el pelo y nos cuentan la milonga de las "opciones en el consumo eléctrico" y bla, bla, bla.
En estos viajes para los que no se necesitan alforjas, y en todos los demás, son carísimos y despilfarradores los andamios desde los que el poder -- europeo, planetario, el que sea -- se cisca en nosotros: sarna sin gusto, claro.
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