que no estoy seguro de cómo deberían darle apropiada y aun literaria traducción los venales y laxos responsables.
Pues bien, a los espectadores de cine que, todavía y ocasionalmente, conseguimos sustraernos al desencanto absoluto y los más perforantes escepticismos, nos gusta encontrar esos personajes de ficción, tirando algo a héroes, que se encargan de hacer una justicia alternativa (bien que con métodos tan personalísimos como rigurosos) allí donde la oficial, demasiadas veces defectuosa y manipulable, no alcanza. O no resuelve; o falla con impresentable y singular estrépito.
En esa tradicional línea, Denzel Washington retoma el concepto con madurez, recursos y magisterio, encarnando en un ex-militar que, bajo la apariencia sosegada de un honrado taxista y buen convecino, ajusta las cuentas y pone las peras al cuarto a criminales brutalísimos que, como dicta el guión, caerán fulminados por las incontestables y eficaces maneras del protagonista.
Nivelazo de producción, acabado y profesionalismo, este film americano se gana una reconfortante recepción, dando de paso algún apunte que señala descomposiciones sociales no discutibles y que nadie con poder de hacerlo se está tomando en serio rectificar.
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