De entre los diversos medios de comunicación, la televisión es, con harta ventaja sobre los demás, el que mayor influencia ejerce en la sociedad de nuestro tiempo.
Eso significa, en otros términos, que su poder de captación para conducir al personal por determinados derroteros y conductas, maneras de pensar, ideología, etc. es tan formidable como insuperable: una auténtica arma de manipulación (¿de destrucción también?) masiva...
El máximo champú para el lavado de los cerebros.
De ese modo, nada extraña ni sorprendente la salvaje arrebatiña de los políticos para hacerse con su control, al precio que sea y muy seguramente con los peores fines.
Lo escandaloso, lo irritante es la inútil farsa de hipocresías en unos, y los descaros indisimulados en otros, con los que fariseos y energúmenos se proponen conseguir dicho control.
No descubro nada. Pero, de verdad, repugna; y cuando aún no se nos había impuesto arteramente la corrección política, a todo ese intento de llevarnos al huerto quizá se le habría llamado, a lo castizo, una cobarde y tóxica y mafiosa mariconada.
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