Puede que tengan algo de idealización exagerada las situaciones que "En la playa de Chesil" se plantean. Y claro está que ahora las coordenadas que regían las vidas comunes en 1962 parecen inverosímiles, irreales, después de que el mundo se vaya quedando irreconocible, certidumbres y convenciones, pactos y acuerdos y sobreentendidos inclusive, arrasados por el furiosísimo viento de mudanzas, a menudo brutales, que el Tiempo impone o acarrea.
Por eso, si el espectador es muy joven (cosa improbable, que tienen muy otro paladar), caerá en la incomprensión y quizá en la burla al contemplar conductas más que en desuso hoy, porque las recientes décadas nos han cambiado la vida de una forma que -- aquí sí que no hay que exagerar mucho -- podríamos llamar salvaje.
En todo caso, la construccióm fragmentaria y sucesiva de esta historia de amores románticos e inocentes, se deja apreciar con agrado, tiene su particular eficacia, y los pasajes de música clásica, bellísimos, redondean las imágenes, también cuidadas y, en algún momento, conmovedoras.
En una cartelera empecinada en estúpidas chorradas infantiles, "pelis" de horror y violencia y "comedias" de imposibles carcajadas, esto de Chesil llama la atención y queda como excepcional.
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