Las personas humanas que en estos días asistan al estreno de "Inmersión", seguramente no tendrán dificultades en encontrar una nueva confirmación de las diferencias existentes entre el cine de su director y el de otros "colegas" como Santiago Segura y así.
La película de ahora (que no pillará desprevenidos a los espectadores que conserven memoria de las recetas de Wenders, desde las salas de arte y ensayo, los programas y cineclubs "de culto" y otras maduras profundidades), deja un sabor de boca agridulce, cuyo final Ud. se está temiendo que llegue. Y llega.
Trunca, fina, delicada historia de amor que -- azares del Destino -- a punto está de seguir cuando el chico se ofrece a dar la vuelta. Luego, la barbarie del fanatismo, del terrorismo y de los demás sucios "ismos", con su carga de primitivas ignorancias y salvajadas, ya se encargará del asunto y de que nos hagamos una ilusión, remotísima, para el sueño de la otra vida.
La resistente firmeza del protagonista, la angustia desolada y sin solución de la chica, nos transmiten una cadencia, una honda y doliente sensación (siempre duelen los amores cortados) como para tascar de qué puede ir el cine, mientras que las tonterías son otra cosa, ¿verdad?
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