Así ocurrió: en esa ciudad de tan resonantes timbres e históricos, casi legendarios, sucesos, fue a interpelarte, llamándote con afectuosa burla Carlitos.
Con la puesta en escena de guiñol, con la experimentada sabiduría de veterano profesional de la farándula que (tantas décadas) hacen de él uno de nuestros más visibles mixtificadores y referentes del espectáculo.
Y, qué lástima, no te encontrabas ahí, en tu enhiesta y nada adusta mansión, móvil y transhumante fantasma, que llevas la nueva de tu desvarío solemnísimo y desacreditadísimo, pero asaz indesmayable, por los predios más diversos de esta Europa nuestra, todavía susceptible de asombro ante las hipérboles de Hispania, aquella diferente que en inglés pregonaba el gallego renqueante y atropellado de dicción que los anales conocieron -- y nombran -- como Fraga Iribarne.
En el civilizado y un poco demasiado frío parque enfrente de tu cuartel de invierno (y nunca mejor dicho), la pequeña carpa resplandecía de sátiras, de sobreentendidos y de intención iconoclasta, esa intención que terminará de derribarte, escombro penoso y sansirolé, envanecido de pamplinas y desvaneciente de realidades, memo farsante inoportuno, oh, tú, "tronco", triturado en tu propio triclinio de mendaces trigonometrías.
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