Nuestra discutible y contrahecha ley electoral parece en parte un apaño que se formuló para complacer/favorecer intereses sesgados, a pesar de teorías que pretenden explicar sus motivaciones, proporcionalidades, etc. y "justificar" el despropósito de que para nada tengamos eso de un hombre, un voto. Con propiedad, una persona, con los requisitos correspondientes, un voto.
Ahora, redondeando su fallida excelencia y procurando, como suele, animar el desorden, el partido del pintoresco rollo temerario y disolvente propone extender el ejercicio de las papeletas a los chavales de instituto o casi; y en el futuro quizá considere, con estelar simpatía, incluir en las decisiones democráticas a los parvulitos y las parvulitas de las guarderías, no veo por qué no.
Comprobados los inconvenientes, las componendas descaradas, las chapuzas del actual sistema, ¿cuándo nuestros costosos gestores se pondrán a solucionar decentemente la tarea?
¿Deberemos consentir la permanencia indefinida de unas normas que a tantas distorsiones se prestan, con frecuente y abusiva ventaja para los más frescos y los más canallitas del patio?
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