A partir de uno de esos frecuentes emperres más o menos heroicos que suelen caracterizar el sello de las escrituras poco sagradas de Pérez Reverte, se urde esta película cuyo avance (trailer, para entendernos) sugería algunos detalles bizarros y "de época" que son la tentación corriente y algo irremediable de este porfiado espectador.
Y.
La cosa es que el ambiente sobrecogedor de la selva, las penalidades de los turbulentos conquistadores/aventureros y así sucesivamente, son tema jugoso y, como en esta ocasión, desperdiciable. De modo que se cuenta con algo de truculencia un enredo de conspiraciones, traiciones y recíprocos asesinatos, muy discutiblemente justificables por el honor, la disciplina y otros matices, de camino que se está a la busca de una ciudad hipotética o legendaria que rebosa riquezas y la expedición, como si no tuviese bastante con el acostumbrado ataque de los indignados indígenas, irritadísimos por lo que experimentan como imperdonable invasión, se defenestra a sí misma en una sin par arrebatiña de poder y crueldades, degüellos, estocadas y otras contundentes lindezas hasta topar, los dos únicos supervivientes de tal epopeya fanática y patética, con la realidad de que no, que no había oro, sino cerámica vidriada y brillante, y de esa manera la hazaña termina como el rosario de la aurora.
Tal que una banda de considerables energúmenos y visionarios toscos queda la mayor parte de los personajes, y el 70% del tiempo, el relato atropellado y las voces pedregosas y de turbia dicción (o el sonido cutre o lo que sea) más bien echan a perder el resto de esta cinta un poco ambiciosa y otro poco decepcionante.
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